martes, 17 de febrero de 2009

Lo que pasó con Haydée ( por mdzol)

Una amiga de mi abuela, bastante sorda la pobre, tenía la mala costumbre de interrumpir las obras de teatro infantiles que con mis hermanos y primos preparábamos durante las vacaciones. En plena función, la señora ésta levantaba el bastón desde la platea e ignorando las más básicas reglas del arte dramático nos preguntaba a los que estábamos en el escenario: “¿cómo dijo m’hijito?”. Sí, como lo oyen, ni siquiera tenía la delicadeza de llamarnos por el nombre de nuestro personaje. Nosotros reaccionábamos como si nos hubiera caído un misil paralizante. La acción se suspendía, el tempo cambiaba, el escenario desaparecía bajo nuestros pies. Los niños nos mirábamos entre nosotros sin saber qué hacer, mirábamos a mi abuela como para que controlara a su amiga y mi abuela nos miraba amenazante como para que nos hiciéramos cargo de repetir la línea ya mismo. Finalmente, siendo mi abuela una especie de corte suprema de justicia, no le quedaba otra al m’hijito o la m’hijita interpelado que repetir su parte en voz altísima y tratar de seguir a los gritos con el guión para combatir la incómoda sordera de la amiga. Por lo general, tratábamos de planear las funciones para cuando la señora no estuviera presente, porque hasta nosotros, que no teníamos más de 10 años, nos dábamos cuenta de que sus interrupciones nos arruinaban el espectáculo. Y lo mismo hizo Haydée con el espectáculo político mendocino. ¿Cómo? Se los explico analizando un poco su corto pero rico diálogo con el gobernador, a ver qué les parece.DIJO HAYDÉE: USTED PROMETIÓ EN LO DE MIRTHA (LEGRAND) QUE SE SOLUCIONABA TODO. AHORA HAY MÁS INSEGURIDAD ¡ME HAN ROBADO NUEVE VECES! ¿NO LE DA VERGÜENZA?Quizás por su edad, quizás por su frustración acumulada, lo más probable es que por ambas, Haydée, no le temió al ridículo. Le importó un pepino el protocolo gubernamental, el personal de seguridad antiescrache y los códigos escénicos de gobernador en visita oficial: la señora encaró al mandatario provincial en la vereda y frente a cámara. Sin pelos en la lengua, le cantó las cuarenta por prometer y no cumplir. Funcionarios y peatones se quedaron “atónitos”, dijeron después los reporteros cuando dieron cuenta de la noticia. ¿Por qué tanta sorpresa? Este episodio no hubiera asombrado a nadie antes, cuando las comunidades eran pequeñas y no había medios masivos de comunicación, cuando los políticos eran más locales y sus actos de habla se parecían a los de cualquier otra persona: implicaban relaciones interpersonales (“cara a cara”) entre el político y sus vecinos (“acá nos conocemos todos”), y tenían carácter vinculante (“les doy mi palabra”, ¡uy, hace un montón que no escucho eso!). La palabra era, en ese entonces, un vínculo social y un patrimonio ético, se daba como garantía de veracidad y de cumplimiento. Si el político prometía que iba a construir una plaza o una escuela y no lo hacía, tenía que vérselas de inmediato con sus furiosos vecinos, las Haydées de esa época. En un santiamén, el que prometía en vano perdía toda credibilidad (credibilidad, qué palabrita ¿no?, parecida “gobernabilidad”, habría que ver si están relacionadas).Con el tiempo, todo cambió. Las comunidades crecieron, aparecieron los medios masivos de comunicación y los actos de habla de los políticos dejaron de realizarse cara a cara con los vecinos. Entre el político emisor y el ciudadano receptor, se ubicaron los medios, y la relación comunicativa se enrareció, debilitó y distanció. En la actualidad, los políticos ya no dialogan con los ciudadanos en los espacios públicos, sino que -asesorados por sus operadores de imagen- actúan frente a los medios para que los medios transmitan sus actuaciones a los ciudadanos. Los ciudadanos –que ya no conocen al emisor más que por la tele y que no tienen vínculos sociales con él- lo miran o escuchan por los medios, sin poder contestar o interrumpir, sin poder reclamar. Es decir, que los ciudadanos ya no se comunican directamente con los políticos sino que presencian la puesta en escena de una comunicación (discurso, cierre de campaña, entrevista, inauguración, foto, gesto) como si se tratara de un espectáculo. Los políticos se han convertido en actores que no toleran respuestas ni interrupciones, y los ciudadanos en espectadores que no intervienen. Excepto Haydée. DIJO EL GOBERNADOR: SI NO ESTÁ DISPUESTA A ESCUCHARME, YO NO PUEDO HABLAR CON USTED.¿Ah sí? ¿Y a Haydée quién la escuchó? Haydée no está loca ni enferma. Antes de romper las reglas del espectáculo e intervenir increpando directamente al gobernador, trató muy cuerda otras instancias intermedias: fue a hacer la denuncia de un robo y sintió que la policía le tomaba el pelo, fue a ver al ministro de seguridad y le pareció que se hacía negar. ¿Qué más podía hacer la mujer? ¿Llamar a los medios y pedir una conferencia de prensa? ¿Presentarse en Casa de Gobierno, eludir a la secretaria y tirar abajo la puerta del despacho donde está el sillón de San Martín? Imposible. Haydée estaba cansada de tratar de comunicarse con “el gobierno” en abstracto, harta de ver y de que no la vieran, podrida de escuchar y de que no la escucharan. Por eso, cuando se enteró de que el gobernador -un interlocutor verdadero de carne y hueso, el más representativo, justamente el que había hecho las promesas que a ella no se le cumplían- andaba en las inmediaciones, pensó “ésta es la mía” y decidió reclamarle. Y el gobernador, por una vez, en lugar de hablar tuvo que escuchar.Dicho en términos comunicacionales, lo que hubo entre Haydée y el gobernador fue nada más y nada menos que un acto de habla común y corriente (aunque subido de tono, eso sí), en que el emisor –Haydée- le comunicó un mensaje al receptor –el gobernador-. ¿El mensaje?: Haydée le reclamó al gobernador por sus promesas incumplidas. Y eso no tiene nada de malo ni es síntoma de enfermedad mental. Eso es haber dejado de ser espectador y haberse constituido en ciudadano. Y tampoco es la primera vez que pasa, porque ha habido otras. Acuérdense de los Haydées comensales que se levantaron de la mesa en el restaurant porque entró un político y del Haydée gastronómico que puso un cartel en la puerta diciendo que no se aceptaban políticos y de los Haydées que acosaban a los políticos en el centro y no los dejaban ni tomarse un café, y de los Haydées que marchaban al ritmo del “que se vayan todos”. Esta Haydée de ahora y este gobernador son las dos caras de un fenómeno comunicacional más extenso. DIJO EL GOBERNADOR: DÉJEME ATENDER A LA SEÑORA EN PRIVADO, SI NO SE VA A ARMAR UN CIRCO DE TODO ESTO.¿Dónde está lo escandaloso que hay que tratar en privado? ¿Cuál es el circo tan temido? Lo escandaloso, el circo, es que Haydée se haya dirigido al gobernador para increparlo. No se supone que esto pase, porque los políticos en general se han acostumbrado a que los emisores que hablan son ellos. Ellos son los que comunican su mensaje, que suele ser una promesa, o una orden o una amenaza (dependiendo de si están en campaña, en ejercicio o en busca de la reelección). Y la gente (sustantivo colectivo para todas las Haydées que pululan por ahí), es el receptor, que tiene que reaccionar al mensaje del político de manera adecuada, es decir, esperando el cumplimiento de la promesa y votando, obedeciendo la orden porque ya votó o asustándose del porvenir y votando de nuevo. Todo esto sin decir ni pío, ya que en el guión de los políticos no figura ninguna intervención de los ciudadanos, no se contempla que los ciudadanos les hablen a los políticos, no se admite que los espectadores interpelen a los actores. Pero Haydée, como la amiga de mi abuela, ignoró las reglas del espectáculo y le habló al protagonista.“Esto es una falta de respeto”. “¿Dónde se ha visto?”. “Esta Haydée es una atrevida y una desubicada”. “Hay que sacarla ya mismo de acá”. Todo eso habrán pensado el gobernador y su entorno, privados de golpe de su papel de actores y emisores a punta de palabras de señora enojada. Haydée no armó el circo: el circo estaba armado y Haydée lo desarmó con su índice apuntador. Haydée se salió de la platea y se subió al escenario, o bajó al gobernador del escenario y lo sentó en la platea (depende del punto de vista y de dónde estemos situados en el circo nosotros mismos). El gobernador lo que quería ocultar no era el circo sino la destrucción del circo por boca de Haydée. DIJO HAYDÉE: Y ME SAQUÉ EL GUSTO DE DECÍRSELO. TENÍA GANAS DE TENERLO FRENTE A FRENTE DESDE QUE SALÍA EN TELEVISIÓN PROMETIENDO QUE ÍBAMOS A TENER SEGURIDAD.El gusto que se sacó Haydée fue decirle frente a frente a un político que no había cumplido con lo que prometió. Ni más ni menos. Que lo podría haber dicho de otra forma, que fue grosera, que fue irrespetuosa, que las cosas no se arreglan así, digan lo que quieran, pero Haydée, una señora sola de sesenta y pico de años tuvo el coraje de pararse frente al máximo funcionario y reclamarle por sus promesas incumplidas. Y ese gusto no se lo da cualquiera, porque no es moco de pavo arruinar un espectáculo tan bien constituido como el de la política, en el que: a) los ciudadanos no piden cuentas: se dedican a mirar el show de los políticos sin interesarse demasiado ni creerlo, pues suelen coincidir en que los políticos son “puro blablá” (recuerdo que un estudio de ratings minuto a minuto que se hizo en Perú hace unos años, demostró que apenas aparecía un político en la pantalla, la gente cambiaba de canal); b) los medios reproducen masivamente y sin demasiadas exigencias críticas, las actuaciones de los políticos; c) los políticos, convencidos de que necesitan estar en los medios para existir, tienden cada vez más a actuar (corolarios: más imagen que realidad, más publicidad que gestión); creen que sus actuaciones convencen a los ciudadanos y se sienten –y en cierta medida son- libres para decir una cosa y hacer otra, o para prometer y no cumplir. DIGO YO DE LO QUE PASÓ CON HAYDÉESería más práctico para todos, ya que la relación entre ciudadanos y políticos no es tan estrecha y ya que la palabra no es tan vinculante, que los políticos complementaran sus actos de habla con documentación que los respalde. Sería bueno que en vez de decir “voy a bajar el desempleo” o “voy a disminuir el crimen” o “voy a aumentar los sueldos”, los políticos dijeran “así voy a bajar el desempleo o a disminuir el crimen o a aumentar los sueldos: acá está mi plan”. Y un plan no es una intención o un deseo dicho frente a cámara. Un plan es una explicación del modo en que el político se propone lograr lo que promete: tiene que delimitar objetivos claros, tener fondos ciertos, establecer plazos realistas, nombrar funcionarios encargados, calcular porcentajes estimados, etc. ¿Quién de nosotros, gente del montón, en su sano juicio, contrataría a cualquiera para hacer algo sin asegurarse antes de que el contratista pueda realizar lo que promete? (Esto vale también para las licitaciones, pero ahora no viene al caso).Los ciudadanos tenemos el deber cívico de exigir ética de nuestros políticos y por lo tanto, carácter vinculante de sus discursos. Los ciudadanos –y entre ellos los ciudadanos que conforman los medios- debemos deponer nuestra actitud de espectadores de la escena política y aprender a pedir explicaciones, rechazar absurdos, corregir, desmentir. Los medios no pueden ser simplemente medios, no pueden cumplir el papel de un micrófono o de un grabador o de una cámara. Los medios deben ser críticos e inquisitivos porque son la avanzada de los ciudadanos, son los que tienen acceso al diálogo “cara a cara” con los políticos. Los medios deben ponerse exigentes con los políticos y requerirles la documentación que respalda sus dichos: si el político no adjunta documentación, los medios no reproducen sus palabras. En otra nota y en otro tono, yo había hablado de un “Boletín de promesas”. A ese Boletín, habría que agregarle una sección de “Documentos” que contuviera la documentación correspondiente a cada promesa. ¿Los políticos quieren prometer algo? Que lo pongan por escrito, que expliquen cómo lo van a hacer y que lo firmen. ¿Los políticos tienen un presupuesto, subsidio especial, lista, plan, informe o mapa? Que lo proporcionen. ¿Los políticos hicieron un trabajo con especialistas de otros países? Que publiquen el informe respectivo (no vale decir “nos reunimos”, las reuniones no cuentan como documentación). Y si los medios no cumplen con sus funciones, los ciudadanos tenemos que exigirles seriedad a los medios. Estoy proponiendo que replanteemos las relaciones entre políticos, medios y ciudadanos para evitar esa comunicación distorsionada y espectacular que tenemos en la actualidad. Estoy proponiendo que reemplacemos declaraciones, deseos, planes, intenciones, conversaciones y reuniones, por documentos firmados, por contratos legales, por información concreta. Estoy proponiendo que políticos, medios y ciudadanos produzcamos, transmitamos y recibamos información, no espectáculo. Así, con los límites bien puestos en letra de molde, ni los políticos tendrán que esconderse para no ser increpados, ni las Haydées tendrán que acecharlos cuando se sientan estafadas.

Aca te dejamos el link: Una amiga de mi abuela, bastante sorda la pobre, tenía la mala costumbre de interrumpir las obras de teatro infantiles que con mis hermanos y primos preparábamos durante las vacaciones. En plena función, la señora ésta levantaba el bastón desde la platea e ignorando las más básicas reglas del arte dramático nos preguntaba a los que estábamos en el escenario: “¿cómo dijo m’hijito?”. Sí, como lo oyen, ni siquiera tenía la delicadeza de llamarnos por el nombre de nuestro personaje. Nosotros reaccionábamos como si nos hubiera caído un misil paralizante. La acción se suspendía, el tempo cambiaba, el escenario desaparecía bajo nuestros pies. Los niños nos mirábamos entre nosotros sin saber qué hacer, mirábamos a mi abuela como para que controlara a su amiga y mi abuela nos miraba amenazante como para que nos hiciéramos cargo de repetir la línea ya mismo. Finalmente, siendo mi abuela una especie de corte suprema de justicia, no le quedaba otra al m’hijito o la m’hijita interpelado que repetir su parte en voz altísima y tratar de seguir a los gritos con el guión para combatir la incómoda sordera de la amiga. Por lo general, tratábamos de planear las funciones para cuando la señora no estuviera presente, porque hasta nosotros, que no teníamos más de 10 años, nos dábamos cuenta de que sus interrupciones nos arruinaban el espectáculo. Y lo mismo hizo Haydée con el espectáculo político mendocino. ¿Cómo? Se los explico analizando un poco su corto pero rico diálogo con el gobernador, a ver qué les parece.DIJO HAYDÉE: USTED PROMETIÓ EN LO DE MIRTHA (LEGRAND) QUE SE SOLUCIONABA TODO. AHORA HAY MÁS INSEGURIDAD ¡ME HAN ROBADO NUEVE VECES! ¿NO LE DA VERGÜENZA?Quizás por su edad, quizás por su frustración acumulada, lo más probable es que por ambas, Haydée, no le temió al ridículo. Le importó un pepino el protocolo gubernamental, el personal de seguridad antiescrache y los códigos escénicos de gobernador en visita oficial: la señora encaró al mandatario provincial en la vereda y frente a cámara. Sin pelos en la lengua, le cantó las cuarenta por prometer y no cumplir. Funcionarios y peatones se quedaron “atónitos”, dijeron después los reporteros cuando dieron cuenta de la noticia. ¿Por qué tanta sorpresa? Este episodio no hubiera asombrado a nadie antes, cuando las comunidades eran pequeñas y no había medios masivos de comunicación, cuando los políticos eran más locales y sus actos de habla se parecían a los de cualquier otra persona: implicaban relaciones interpersonales (“cara a cara”) entre el político y sus vecinos (“acá nos conocemos todos”), y tenían carácter vinculante (“les doy mi palabra”, ¡uy, hace un montón que no escucho eso!). La palabra era, en ese entonces, un vínculo social y un patrimonio ético, se daba como garantía de veracidad y de cumplimiento. Si el político prometía que iba a construir una plaza o una escuela y no lo hacía, tenía que vérselas de inmediato con sus furiosos vecinos, las Haydées de esa época. En un santiamén, el que prometía en vano perdía toda credibilidad (credibilidad, qué palabrita ¿no?, parecida “gobernabilidad”, habría que ver si están relacionadas).Con el tiempo, todo cambió. Las comunidades crecieron, aparecieron los medios masivos de comunicación y los actos de habla de los políticos dejaron de realizarse cara a cara con los vecinos. Entre el político emisor y el ciudadano receptor, se ubicaron los medios, y la relación comunicativa se enrareció, debilitó y distanció. En la actualidad, los políticos ya no dialogan con los ciudadanos en los espacios públicos, sino que -asesorados por sus operadores de imagen- actúan frente a los medios para que los medios transmitan sus actuaciones a los ciudadanos. Los ciudadanos –que ya no conocen al emisor más que por la tele y que no tienen vínculos sociales con él- lo miran o escuchan por los medios, sin poder contestar o interrumpir, sin poder reclamar. Es decir, que los ciudadanos ya no se comunican directamente con los políticos sino que presencian la puesta en escena de una comunicación (discurso, cierre de campaña, entrevista, inauguración, foto, gesto) como si se tratara de un espectáculo. Los políticos se han convertido en actores que no toleran respuestas ni interrupciones, y los ciudadanos en espectadores que no intervienen. Excepto Haydée. DIJO EL GOBERNADOR: SI NO ESTÁ DISPUESTA A ESCUCHARME, YO NO PUEDO HABLAR CON USTED.¿Ah sí? ¿Y a Haydée quién la escuchó? Haydée no está loca ni enferma. Antes de romper las reglas del espectáculo e intervenir increpando directamente al gobernador, trató muy cuerda otras instancias intermedias: fue a hacer la denuncia de un robo y sintió que la policía le tomaba el pelo, fue a ver al ministro de seguridad y le pareció que se hacía negar. ¿Qué más podía hacer la mujer? ¿Llamar a los medios y pedir una conferencia de prensa? ¿Presentarse en Casa de Gobierno, eludir a la secretaria y tirar abajo la puerta del despacho donde está el sillón de San Martín? Imposible. Haydée estaba cansada de tratar de comunicarse con “el gobierno” en abstracto, harta de ver y de que no la vieran, podrida de escuchar y de que no la escucharan. Por eso, cuando se enteró de que el gobernador -un interlocutor verdadero de carne y hueso, el más representativo, justamente el que había hecho las promesas que a ella no se le cumplían- andaba en las inmediaciones, pensó “ésta es la mía” y decidió reclamarle. Y el gobernador, por una vez, en lugar de hablar tuvo que escuchar.Dicho en términos comunicacionales, lo que hubo entre Haydée y el gobernador fue nada más y nada menos que un acto de habla común y corriente (aunque subido de tono, eso sí), en que el emisor –Haydée- le comunicó un mensaje al receptor –el gobernador-. ¿El mensaje?: Haydée le reclamó al gobernador por sus promesas incumplidas. Y eso no tiene nada de malo ni es síntoma de enfermedad mental. Eso es haber dejado de ser espectador y haberse constituido en ciudadano. Y tampoco es la primera vez que pasa, porque ha habido otras. Acuérdense de los Haydées comensales que se levantaron de la mesa en el restaurant porque entró un político y del Haydée gastronómico que puso un cartel en la puerta diciendo que no se aceptaban políticos y de los Haydées que acosaban a los políticos en el centro y no los dejaban ni tomarse un café, y de los Haydées que marchaban al ritmo del “que se vayan todos”. Esta Haydée de ahora y este gobernador son las dos caras de un fenómeno comunicacional más extenso. DIJO EL GOBERNADOR: DÉJEME ATENDER A LA SEÑORA EN PRIVADO, SI NO SE VA A ARMAR UN CIRCO DE TODO ESTO.¿Dónde está lo escandaloso que hay que tratar en privado? ¿Cuál es el circo tan temido? Lo escandaloso, el circo, es que Haydée se haya dirigido al gobernador para increparlo. No se supone que esto pase, porque los políticos en general se han acostumbrado a que los emisores que hablan son ellos. Ellos son los que comunican su mensaje, que suele ser una promesa, o una orden o una amenaza (dependiendo de si están en campaña, en ejercicio o en busca de la reelección). Y la gente (sustantivo colectivo para todas las Haydées que pululan por ahí), es el receptor, que tiene que reaccionar al mensaje del político de manera adecuada, es decir, esperando el cumplimiento de la promesa y votando, obedeciendo la orden porque ya votó o asustándose del porvenir y votando de nuevo. Todo esto sin decir ni pío, ya que en el guión de los políticos no figura ninguna intervención de los ciudadanos, no se contempla que los ciudadanos les hablen a los políticos, no se admite que los espectadores interpelen a los actores. Pero Haydée, como la amiga de mi abuela, ignoró las reglas del espectáculo y le habló al protagonista.“Esto es una falta de respeto”. “¿Dónde se ha visto?”. “Esta Haydée es una atrevida y una desubicada”. “Hay que sacarla ya mismo de acá”. Todo eso habrán pensado el gobernador y su entorno, privados de golpe de su papel de actores y emisores a punta de palabras de señora enojada. Haydée no armó el circo: el circo estaba armado y Haydée lo desarmó con su índice apuntador. Haydée se salió de la platea y se subió al escenario, o bajó al gobernador del escenario y lo sentó en la platea (depende del punto de vista y de dónde estemos situados en el circo nosotros mismos). El gobernador lo que quería ocultar no era el circo sino la destrucción del circo por boca de Haydée. DIJO HAYDÉE: Y ME SAQUÉ EL GUSTO DE DECÍRSELO. TENÍA GANAS DE TENERLO FRENTE A FRENTE DESDE QUE SALÍA EN TELEVISIÓN PROMETIENDO QUE ÍBAMOS A TENER SEGURIDAD.El gusto que se sacó Haydée fue decirle frente a frente a un político que no había cumplido con lo que prometió. Ni más ni menos. Que lo podría haber dicho de otra forma, que fue grosera, que fue irrespetuosa, que las cosas no se arreglan así, digan lo que quieran, pero Haydée, una señora sola de sesenta y pico de años tuvo el coraje de pararse frente al máximo funcionario y reclamarle por sus promesas incumplidas. Y ese gusto no se lo da cualquiera, porque no es moco de pavo arruinar un espectáculo tan bien constituido como el de la política, en el que: a) los ciudadanos no piden cuentas: se dedican a mirar el show de los políticos sin interesarse demasiado ni creerlo, pues suelen coincidir en que los políticos son “puro blablá” (recuerdo que un estudio de ratings minuto a minuto que se hizo en Perú hace unos años, demostró que apenas aparecía un político en la pantalla, la gente cambiaba de canal); b) los medios reproducen masivamente y sin demasiadas exigencias críticas, las actuaciones de los políticos; c) los políticos, convencidos de que necesitan estar en los medios para existir, tienden cada vez más a actuar (corolarios: más imagen que realidad, más publicidad que gestión); creen que sus actuaciones convencen a los ciudadanos y se sienten –y en cierta medida son- libres para decir una cosa y hacer otra, o para prometer y no cumplir. DIGO YO DE LO QUE PASÓ CON HAYDÉESería más práctico para todos, ya que la relación entre ciudadanos y políticos no es tan estrecha y ya que la palabra no es tan vinculante, que los políticos complementaran sus actos de habla con documentación que los respalde. Sería bueno que en vez de decir “voy a bajar el desempleo” o “voy a disminuir el crimen” o “voy a aumentar los sueldos”, los políticos dijeran “así voy a bajar el desempleo o a disminuir el crimen o a aumentar los sueldos: acá está mi plan”. Y un plan no es una intención o un deseo dicho frente a cámara. Un plan es una explicación del modo en que el político se propone lograr lo que promete: tiene que delimitar objetivos claros, tener fondos ciertos, establecer plazos realistas, nombrar funcionarios encargados, calcular porcentajes estimados, etc. ¿Quién de nosotros, gente del montón, en su sano juicio, contrataría a cualquiera para hacer algo sin asegurarse antes de que el contratista pueda realizar lo que promete? (Esto vale también para las licitaciones, pero ahora no viene al caso).Los ciudadanos tenemos el deber cívico de exigir ética de nuestros políticos y por lo tanto, carácter vinculante de sus discursos. Los ciudadanos –y entre ellos los ciudadanos que conforman los medios- debemos deponer nuestra actitud de espectadores de la escena política y aprender a pedir explicaciones, rechazar absurdos, corregir, desmentir. Los medios no pueden ser simplemente medios, no pueden cumplir el papel de un micrófono o de un grabador o de una cámara. Los medios deben ser críticos e inquisitivos porque son la avanzada de los ciudadanos, son los que tienen acceso al diálogo “cara a cara” con los políticos. Los medios deben ponerse exigentes con los políticos y requerirles la documentación que respalda sus dichos: si el político no adjunta documentación, los medios no reproducen sus palabras. En otra nota y en otro tono, yo había hablado de un “Boletín de promesas”. A ese Boletín, habría que agregarle una sección de “Documentos” que contuviera la documentación correspondiente a cada promesa. ¿Los políticos quieren prometer algo? Que lo pongan por escrito, que expliquen cómo lo van a hacer y que lo firmen. ¿Los políticos tienen un presupuesto, subsidio especial, lista, plan, informe o mapa? Que lo proporcionen. ¿Los políticos hicieron un trabajo con especialistas de otros países? Que publiquen el informe respectivo (no vale decir “nos reunimos”, las reuniones no cuentan como documentación). Y si los medios no cumplen con sus funciones, los ciudadanos tenemos que exigirles seriedad a los medios. Estoy proponiendo que replanteemos las relaciones entre políticos, medios y ciudadanos para evitar esa comunicación distorsionada y espectacular que tenemos en la actualidad. Estoy proponiendo que reemplacemos declaraciones, deseos, planes, intenciones, conversaciones y reuniones, por documentos firmados, por contratos legales, por información concreta. Estoy proponiendo que políticos, medios y ciudadanos produzcamos, transmitamos y recibamos información, no espectáculo. Así, con los límites bien puestos en letra de molde, ni los políticos tendrán que esconderse para no ser increpados, ni las Haydées tendrán que acecharlos cuando se sientan estafadas.
Una amiga de mi abuela, bastante sorda la pobre, tenía la mala costumbre de interrumpir las obras de teatro infantiles que con mis hermanos y primos preparábamos durante las vacaciones. En plena función, la señora ésta levantaba el bastón desde la platea e ignorando las más básicas reglas del arte dramático nos preguntaba a los que estábamos en el escenario: “¿cómo dijo m’hijito?”. Sí, como lo oyen, ni siquiera tenía la delicadeza de llamarnos por el nombre de nuestro personaje. Nosotros reaccionábamos como si nos hubiera caído un misil paralizante. La acción se suspendía, el tempo cambiaba, el escenario desaparecía bajo nuestros pies. Los niños nos mirábamos entre nosotros sin saber qué hacer, mirábamos a mi abuela como para que controlara a su amiga y mi abuela nos miraba amenazante como para que nos hiciéramos cargo de repetir la línea ya mismo. Finalmente, siendo mi abuela una especie de corte suprema de justicia, no le quedaba otra al m’hijito o la m’hijita interpelado que repetir su parte en voz altísima y tratar de seguir a los gritos con el guión para combatir la incómoda sordera de la amiga. Por lo general, tratábamos de planear las funciones para cuando la señora no estuviera presente, porque hasta nosotros, que no teníamos más de 10 años, nos dábamos cuenta de que sus interrupciones nos arruinaban el espectáculo. Y lo mismo hizo Haydée con el espectáculo político mendocino. ¿Cómo? Se los explico analizando un poco su corto pero rico diálogo con el gobernador, a ver qué les parece.DIJO HAYDÉE: USTED PROMETIÓ EN LO DE MIRTHA (LEGRAND) QUE SE SOLUCIONABA TODO. AHORA HAY MÁS INSEGURIDAD ¡ME HAN ROBADO NUEVE VECES! ¿NO LE DA VERGÜENZA?Quizás por su edad, quizás por su frustración acumulada, lo más probable es que por ambas, Haydée, no le temió al ridículo. Le importó un pepino el protocolo gubernamental, el personal de seguridad antiescrache y los códigos escénicos de gobernador en visita oficial: la señora encaró al mandatario provincial en la vereda y frente a cámara. Sin pelos en la lengua, le cantó las cuarenta por prometer y no cumplir. Funcionarios y peatones se quedaron “atónitos”, dijeron después los reporteros cuando dieron cuenta de la noticia. ¿Por qué tanta sorpresa? Este episodio no hubiera asombrado a nadie antes, cuando las comunidades eran pequeñas y no había medios masivos de comunicación, cuando los políticos eran más locales y sus actos de habla se parecían a los de cualquier otra persona: implicaban relaciones interpersonales (“cara a cara”) entre el político y sus vecinos (“acá nos conocemos todos”), y tenían carácter vinculante (“les doy mi palabra”, ¡uy, hace un montón que no escucho eso!). La palabra era, en ese entonces, un vínculo social y un patrimonio ético, se daba como garantía de veracidad y de cumplimiento. Si el político prometía que iba a construir una plaza o una escuela y no lo hacía, tenía que vérselas de inmediato con sus furiosos vecinos, las Haydées de esa época. En un santiamén, el que prometía en vano perdía toda credibilidad (credibilidad, qué palabrita ¿no?, parecida “gobernabilidad”, habría que ver si están relacionadas).Con el tiempo, todo cambió. Las comunidades crecieron, aparecieron los medios masivos de comunicación y los actos de habla de los políticos dejaron de realizarse cara a cara con los vecinos. Entre el político emisor y el ciudadano receptor, se ubicaron los medios, y la relación comunicativa se enrareció, debilitó y distanció. En la actualidad, los políticos ya no dialogan con los ciudadanos en los espacios públicos, sino que -asesorados por sus operadores de imagen- actúan frente a los medios para que los medios transmitan sus actuaciones a los ciudadanos. Los ciudadanos –que ya no conocen al emisor más que por la tele y que no tienen vínculos sociales con él- lo miran o escuchan por los medios, sin poder contestar o interrumpir, sin poder reclamar. Es decir, que los ciudadanos ya no se comunican directamente con los políticos sino que presencian la puesta en escena de una comunicación (discurso, cierre de campaña, entrevista, inauguración, foto, gesto) como si se tratara de un espectáculo. Los políticos se han convertido en actores que no toleran respuestas ni interrupciones, y los ciudadanos en espectadores que no intervienen. Excepto Haydée. DIJO EL GOBERNADOR: SI NO ESTÁ DISPUESTA A ESCUCHARME, YO NO PUEDO HABLAR CON USTED.¿Ah sí? ¿Y a Haydée quién la escuchó? Haydée no está loca ni enferma. Antes de romper las reglas del espectáculo e intervenir increpando directamente al gobernador, trató muy cuerda otras instancias intermedias: fue a hacer la denuncia de un robo y sintió que la policía le tomaba el pelo, fue a ver al ministro de seguridad y le pareció que se hacía negar. ¿Qué más podía hacer la mujer? ¿Llamar a los medios y pedir una conferencia de prensa? ¿Presentarse en Casa de Gobierno, eludir a la secretaria y tirar abajo la puerta del despacho donde está el sillón de San Martín? Imposible. Haydée estaba cansada de tratar de comunicarse con “el gobierno” en abstracto, harta de ver y de que no la vieran, podrida de escuchar y de que no la escucharan. Por eso, cuando se enteró de que el gobernador -un interlocutor verdadero de carne y hueso, el más representativo, justamente el que había hecho las promesas que a ella no se le cumplían- andaba en las inmediaciones, pensó “ésta es la mía” y decidió reclamarle. Y el gobernador, por una vez, en lugar de hablar tuvo que escuchar.Dicho en términos comunicacionales, lo que hubo entre Haydée y el gobernador fue nada más y nada menos que un acto de habla común y corriente (aunque subido de tono, eso sí), en que el emisor –Haydée- le comunicó un mensaje al receptor –el gobernador-. ¿El mensaje?: Haydée le reclamó al gobernador por sus promesas incumplidas. Y eso no tiene nada de malo ni es síntoma de enfermedad mental. Eso es haber dejado de ser espectador y haberse constituido en ciudadano. Y tampoco es la primera vez que pasa, porque ha habido otras. Acuérdense de los Haydées comensales que se levantaron de la mesa en el restaurant porque entró un político y del Haydée gastronómico que puso un cartel en la puerta diciendo que no se aceptaban políticos y de los Haydées que acosaban a los políticos en el centro y no los dejaban ni tomarse un café, y de los Haydées que marchaban al ritmo del “que se vayan todos”. Esta Haydée de ahora y este gobernador son las dos caras de un fenómeno comunicacional más extenso. DIJO EL GOBERNADOR: DÉJEME ATENDER A LA SEÑORA EN PRIVADO, SI NO SE VA A ARMAR UN CIRCO DE TODO ESTO.¿Dónde está lo escandaloso que hay que tratar en privado? ¿Cuál es el circo tan temido? Lo escandaloso, el circo, es que Haydée se haya dirigido al gobernador para increparlo. No se supone que esto pase, porque los políticos en general se han acostumbrado a que los emisores que hablan son ellos. Ellos son los que comunican su mensaje, que suele ser una promesa, o una orden o una amenaza (dependiendo de si están en campaña, en ejercicio o en busca de la reelección). Y la gente (sustantivo colectivo para todas las Haydées que pululan por ahí), es el receptor, que tiene que reaccionar al mensaje del político de manera adecuada, es decir, esperando el cumplimiento de la promesa y votando, obedeciendo la orden porque ya votó o asustándose del porvenir y votando de nuevo. Todo esto sin decir ni pío, ya que en el guión de los políticos no figura ninguna intervención de los ciudadanos, no se contempla que los ciudadanos les hablen a los políticos, no se admite que los espectadores interpelen a los actores. Pero Haydée, como la amiga de mi abuela, ignoró las reglas del espectáculo y le habló al protagonista.“Esto es una falta de respeto”. “¿Dónde se ha visto?”. “Esta Haydée es una atrevida y una desubicada”. “Hay que sacarla ya mismo de acá”. Todo eso habrán pensado el gobernador y su entorno, privados de golpe de su papel de actores y emisores a punta de palabras de señora enojada. Haydée no armó el circo: el circo estaba armado y Haydée lo desarmó con su índice apuntador. Haydée se salió de la platea y se subió al escenario, o bajó al gobernador del escenario y lo sentó en la platea (depende del punto de vista y de dónde estemos situados en el circo nosotros mismos). El gobernador lo que quería ocultar no era el circo sino la destrucción del circo por boca de Haydée. DIJO HAYDÉE: Y ME SAQUÉ EL GUSTO DE DECÍRSELO. TENÍA GANAS DE TENERLO FRENTE A FRENTE DESDE QUE SALÍA EN TELEVISIÓN PROMETIENDO QUE ÍBAMOS A TENER SEGURIDAD.El gusto que se sacó Haydée fue decirle frente a frente a un político que no había cumplido con lo que prometió. Ni más ni menos. Que lo podría haber dicho de otra forma, que fue grosera, que fue irrespetuosa, que las cosas no se arreglan así, digan lo que quieran, pero Haydée, una señora sola de sesenta y pico de años tuvo el coraje de pararse frente al máximo funcionario y reclamarle por sus promesas incumplidas. Y ese gusto no se lo da cualquiera, porque no es moco de pavo arruinar un espectáculo tan bien constituido como el de la política, en el que: a) los ciudadanos no piden cuentas: se dedican a mirar el show de los políticos sin interesarse demasiado ni creerlo, pues suelen coincidir en que los políticos son “puro blablá” (recuerdo que un estudio de ratings minuto a minuto que se hizo en Perú hace unos años, demostró que apenas aparecía un político en la pantalla, la gente cambiaba de canal); b) los medios reproducen masivamente y sin demasiadas exigencias críticas, las actuaciones de los políticos; c) los políticos, convencidos de que necesitan estar en los medios para existir, tienden cada vez más a actuar (corolarios: más imagen que realidad, más publicidad que gestión); creen que sus actuaciones convencen a los ciudadanos y se sienten –y en cierta medida son- libres para decir una cosa y hacer otra, o para prometer y no cumplir. DIGO YO DE LO QUE PASÓ CON HAYDÉESería más práctico para todos, ya que la relación entre ciudadanos y políticos no es tan estrecha y ya que la palabra no es tan vinculante, que los políticos complementaran sus actos de habla con documentación que los respalde. Sería bueno que en vez de decir “voy a bajar el desempleo” o “voy a disminuir el crimen” o “voy a aumentar los sueldos”, los políticos dijeran “así voy a bajar el desempleo o a disminuir el crimen o a aumentar los sueldos: acá está mi plan”. Y un plan no es una intención o un deseo dicho frente a cámara. Un plan es una explicación del modo en que el político se propone lograr lo que promete: tiene que delimitar objetivos claros, tener fondos ciertos, establecer plazos realistas, nombrar funcionarios encargados, calcular porcentajes estimados, etc. ¿Quién de nosotros, gente del montón, en su sano juicio, contrataría a cualquiera para hacer algo sin asegurarse antes de que el contratista pueda realizar lo que promete? (Esto vale también para las licitaciones, pero ahora no viene al caso).Los ciudadanos tenemos el deber cívico de exigir ética de nuestros políticos y por lo tanto, carácter vinculante de sus discursos. Los ciudadanos –y entre ellos los ciudadanos que conforman los medios- debemos deponer nuestra actitud de espectadores de la escena política y aprender a pedir explicaciones, rechazar absurdos, corregir, desmentir. Los medios no pueden ser simplemente medios, no pueden cumplir el papel de un micrófono o de un grabador o de una cámara. Los medios deben ser críticos e inquisitivos porque son la avanzada de los ciudadanos, son los que tienen acceso al diálogo “cara a cara” con los políticos. Los medios deben ponerse exigentes con los políticos y requerirles la documentación que respalda sus dichos: si el político no adjunta documentación, los medios no reproducen sus palabras. En otra nota y en otro tono, yo había hablado de un “Boletín de promesas”. A ese Boletín, habría que agregarle una sección de “Documentos” que contuviera la documentación correspondiente a cada promesa. ¿Los políticos quieren prometer algo? Que lo pongan por escrito, que expliquen cómo lo van a hacer y que lo firmen. ¿Los políticos tienen un presupuesto, subsidio especial, lista, plan, informe o mapa? Que lo proporcionen. ¿Los políticos hicieron un trabajo con especialistas de otros países? Que publiquen el informe respectivo (no vale decir “nos reunimos”, las reuniones no cuentan como documentación). Y si los medios no cumplen con sus funciones, los ciudadanos tenemos que exigirles seriedad a los medios. Estoy proponiendo que replanteemos las relaciones entre políticos, medios y ciudadanos para evitar esa comunicación distorsionada y espectacular que tenemos en la actualidad. Estoy proponiendo que reemplacemos declaraciones, deseos, planes, intenciones, conversaciones y reuniones, por documentos firmados, por contratos legales, por información concreta. Estoy proponiendo que políticos, medios y ciudadanos produzcamos, transmitamos y recibamos información, no espectáculo. Así, con los límites bien puestos en letra de molde, ni los políticos tendrán que esconderse para no ser increpados, ni las Haydées tendrán que acecharlos cuando se sientan estafadas.

Nota de www.mdzol.com

sábado, 14 de febrero de 2009

Para Celso

En tu Blog dijiste que yo estaba endemoniada. Nunca me dijiste que tocandome la cara me poseias con tu poder marciano. De haber sabido me hubiera maquillado.
En este dia, 14 de febrero de 2009, San Valentín. Quiero decirte que nuestro amor perdurará por siempre. Que ni los medios ni la gente común nos separará. Te quiero Celsito. Lastima que tengas a ese Ciurca al lado. Hombre malo ese. Y feo. No como Leopoldo. Con esa carita de animal de chiquero. "Que bonito".
Bueno. Un beso bien degenrado en donde quieras. Peluchin.

viernes, 13 de febrero de 2009

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